En una maravillosa y ya histórica Charla TED llamada “El peligro de la historia única”, la novelista nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie dijo: “El problema de los estereotipos no es que sean falsos, sino que son incompletos”. Adichie invitaba a su audiencia a no quedarse con un solo ángulo, una sola versión, una sola mirada de las cosas, de los eventos, de las personas. Buscar esas otras historias nos permite comprender al otro en su humanidad, y también comprendernos a nosotros mismos. Y donde hay comprensión hay diálogo, no violencia. ¿Qué estereotipos llevamos en nuestro banco personal de ideas sobre el “otro” que se diferencia de nosotros en su nacionalidad, cultura, orientación, edad, fe o ideología? En un país con un índice de pobreza del 42%, por ejemplo, las decisiones que se tomen para paliarla estarán directamente relacionadas con la idea que tengamos de quién es el “pobre”. ¿Es una persona indefensa, sin herramientas para salir adelante, que necesita de la ayuda sostenida de planes y subsidios? ¿O es una persona que puede salir adelante si se le brinda capacitación y oportunidades de trabajo? Una historia única sobre la pobreza no va a informar iniciativas, privadas o públicas, que ayuden a mejorar la calidad de vida de los que hoy se ven parte de ese 42%. ¿Y qué estereotipos tienen los demás sobre nosotros? Hace unos años, los alumnos de una de mis hijas, que enseña Lengua Inglesa en el secundario, realizaron una encuesta internacional en escuelas secundarias sobre cómo ven jóvenes de otros países a la Argentina. Por supuesto, Maradona y Messi encabezaban la lista, y los seguían el tango, el asado y el campo. Resulta tentador insertar aquí el emoji de la carita de espanto. ¡Faltan tantas historias! Historias de inmigración y progreso. De ciencia y cultura. De caos y debacle. Para comprendernos, para salir adelante, para querernos, hay que conocer todas las historias. ¿Y cómo se hace? Ah... la respuesta es la misma de siempre: educación. Educación. Educación. Una educación que llegue a todos y que enseñe a pensar sin decir qué hay que pensar. Una educación que cuente todas las historias, alerte sobre el sesgo y no alimente nuestros propios prejuicios. Si están pensando que esto es imposible, no, yo no creo que sea así. Con el flujo incesante de información e ideas que la vida en red nos regala, educarnos sobre el otro y su mundo es parte de nuestra tarea diaria. La globalización es eso, también: conocer, comprender y empatizar con el otro. La escuela es el principal mecanismo de inclusión. ADARBA, a través de sus 40 becarios, intenta quebrar la notoria desigualdad entre los chicos, según su nivel socio económico, aportándoles instrumentos de aprendizaje. La vida en pareja, en familia, en sociedad, en este mundo globalizado nos pide que nos empapemos de las muchas historias que hacen al otro, y a nosotros mismos. Sé que suena utópico, pero también sonaba utópico hace 20 años pensar que iba a poder hacer un festejo de cumpleaños con un hijo en Madrid, otra en Coronel Suarez, otra en Luján y otra en Buenos Aires, todos unidos en un “Zoom”, a pesar de una pandemia y la distancia. Se puede.